martes, 30 de agosto de 2011

Ochenta.

Olvida toda idea preconcebida que tengas sobre mí. Regálame una hora. No es fácil lo que te pido, pues el tiempo no nos pertenece. Dame una hora que no va a volver, que no vas a recuperar, que va a morir. Te prometo que al menos ganarás un momento especial, aquel en el que te diga: hola, soy yo. No te diré mi nombre, los nombres no sirven de nada. Entonces comenzaremos a ser. Sin ropa. Sin apellidos. Sin etiquetas. Tú serás tú, y yo seré yo. Y quizás, cuando acabe el subjetivo espacio temporal de sesenta minutos, quieras regalarme algo más de tiempo.

Hace ya tres años, mi amigos Sil y Dani me regalaron una varita amarilla, para que me diese fuerza y me ayudase a conseguir todo aquello que me propusiera. Y lo hice, lo conseguí y aún recuerdo como me lo quitaron. A veces las cosas no pasan como esperamos, aunque luchemos por conseguirlo, pero como dice mi padre: "Ser inteligente es saber adaptarse a cada una de las situaciones". Y lleva razón, porque la vida es azar, contingencia, casualidad. No debemos convertirnos en esclavos de la necesidad, Quien necesita se convierte en algo frágil. Si sabes amar de verdad, lo importante se vuelve intangible.
Admiro a las personas que saben volar, y lo ponen en práctica, a los que luchan por sus sueños, a los que no tienen miedo. El mundo es demasiado grande como para quedarse en casa esperando a que pase el tiempo. Debemos perdernos para encontrar el camino de vuelta cuando la necesidad opresiva apremie.
Mi varita de madera guarda el espíritu y la capacidad de sacrificio de mis dos amigos. Ella es una de las personas más atrevidas que conozco, quiso dedicar su vida a la música y haciendo caso omiso de los demás cogió un avión y comenzó a volar. Él es un ser excepcional, que pone toda su fuerza en conseguir lo que se propone, y escalón a escalón va llegando hasta su meta. No es fácil dejarlo todo y recomenzar de cero, pero la comodidad no es algo que caracterice a estas dos personitas. Su máxima: llegar a los demás desde distintas perspectivas. Ellos son los que hacen que mi pecho se llene de pájaros, y que mis pies comiencen a flotar. Soy nube con la mente, y quizás pronto, quién sabe, seré nube con el cuerpo. Sólo hay que proponérselo.

Ilustración: Erika Kuhn

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