miércoles, 20 de abril de 2011

Cincuenta y nueve.

Llovía a raudales. Llevaba botas, vaqueros y chubasquero. Llegué con el coche hasta el inicio de la calzada romana y comencé mi camino. A medida que iba ascendiendo, todos los problemas corrían en sentido contrario. Se iban junto al agua que invadía cada espacio vacío de rocas. Y yo pensaba: "¿Cómo puedo soportar tanta felicidad? Creo que mis pupilas van a cerrarse para siempre, pues en este lugar hay tanta belleza que no quiero ver nada más"
Y es que, allí arriba se encuentra la verdadera razón de todo, aquello por lo que deberíamos sonreír todos los días. La libertad de los caballos, el aire puro y fresco de las mañanas, el frío congelado de un diciembre en primavera, los vívidos colores de flores y mariposas, el rumor del agua luchando por encontrar su dirección al mar.
Allí arriba, la belleza no es un canon estético, la belleza es Naturaleza, y la Naturaleza es bella y plena por sí misma.
Esto es lo único que quiero para mi vida: poder vivir en un mundo tan puro como la montaña, con un orden social que no se base en mentiras, donde prime la simple supervivencia y la tela de araña de los sentimientos cálidos.
Haceros partícipes de todo lo que es por el mero hecho de ser.
Abrid la mente al entendimiento emocional del mundo.
Vivid la vida.

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