jueves, 21 de julio de 2011

Setenta y cuatro.

Hace poco regresé de una de las experiencias más bonitas de mi vida. Ayudar a gente discapacitada supone una cura de humildad que cada uno de nosotros deberíamos vivir, porque aunque seamos conscientes de nuestras posibilidades, no lo somos del todo con respecto a la suerte que tenemos.
Después de los días de voluntariado, bajé por fin a la ciudad que tantas veces había observado desde las alturas, como una postal inerte y estática. Allí descubrí que la vida te lleva por caminos raros y que existen demasiados contrastes.
Ahora, me encuentro en la otra punta de España, intentando asimilar todo lo que ha pasado en este tiempo, e intentando organizar de nuevo la rutina que tendré que asumir dentro de unos días.
Que ustedes sean felices.

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