Setenta y dos.
La escena que más me ha gustado de Bon Appétit ha sido la del beso en la playa del Norte, en el mar de invierno. Un beso que parece que nunca llega, un beso en el que las manos hablan, y la respiración se acelera poco a poco hasta que no puede más y los labios explotan y se funden. A veces las películas tienen la sencillez necesaria para hacerte creer que es una historia real. Y sin duda, Bon Appétit y su delicadísima fotografía, se llevan el premio.
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