viernes, 26 de agosto de 2011
Setenta y ocho.
Pasar el tiempo entre apuntes no siempre significa estudiar. Me lo conozco bien. Así como me conozco utilizar ese tiempo para pensar en demasiadas cosas, a veces importantes, otras veces completamente superfluas. Le he estado dando vueltas a todos los errores que he cometido, intentando aprender de ellos. Aquellos errores que te hacen decir: Maldita sea, nunca debería haber pasado. Partiendo de ese punto, me he planteado las distintas opciones del mundo, y he llegado a la misma conclusión de siempre: todos los caminos son verdaderos, pero sólo podemos elegir uno y convertirlo en realidad. De esta manera se conforman las casualidades, distintas rutas entre dos personas que confluyen en un mismo mar. Y entonces, me he preguntado: ¿cómo he llegado hasta aquí? He dibujado un esquema mental con las distintas posibilidades (las flechas rojas marcaban el sendero escogido). Al finalizar, ha hecho acto de presencia en mi mente el sistema límbico, y es justo aquí cuando he llegado a la fotografía de Fontaine: si algunas de mis emociones más básicas son incontrolables porque físicamente no llegan a la corteza cerebral que es quien controla el acto real de la razón, ¿cómo podría yo mirar al infinito por mi ventana y no desear compartirlo todo contigo?
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