jueves, 8 de diciembre de 2011

Ochenta y nueve.


Dos días de frío era todo lo que necesitaba para no acordarme de ti. Miraba por la ventana del tren, mientras la niebla borraba recuerdos y dibujaba visiones encantadas de un bosque en el que el humo nace del suelo y cubre mis piernas. Las piernas que uso para correr, para alejarme. Si eres aire, te irás, me he dicho a mí misma. Huyo de las palabras que he escrito y que he dejado atrás, porque quien quiere avanzar sube escalones y no los baja. El esfuerzo fue máximo en 1999 o en mil novecientos cincuenta y seis. No me importan las fechas. Cogimos el coche y recorrimos los metros de ciudades perdidas entre un blanco desorientado y nos nos importó caer una y otra vez; no nos importará nunca. El vino que inundó de risa la noche es sólo el reflejo granate de nuestra mente enajenada de diminutas extravagancias. Somos así. Que no intenten cambiarnos. Sigo andando, escondida entre viento enrarecido de olor a leña quemada, muy lejos del hogar que pude construir una vez. Me pierdo entre las ramas crujientes de los latidos de baja presión soñadora. Hace frío, mucho frío en mi Naturaleza abstracta. Y si soy aire, me iré.

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