domingo, 27 de noviembre de 2011
Ochenta y ocho.
Hace unos días regalé a mi amiga Luci un libro. Buscando la dedicatoria llegué a la siguiente conclusión: Las palabras pueden perecer, pero un gesto es eterno. Hay un gesto en suspensión, como aquel del que habla Kundera, un gesto que se transmite, se deforma y se reaviva, pero que en esencia es el mismo gesto en todo momento. Las palabras de papel pueden adornar la vida, contar historias, describir sentimientos y recuerdos, pero pueden mojarse al final, ser una mentira con forma y método de acción, un conjunto de letras que buscan su lugar en el espacio y en la persona. Sin embargo, un gesto continúa, un gesto es sincero y habla por sí mismo, no necesita apoyo, no necesita historia porque es historia, queda retenido en la delgada línea del tiempo. Y eso es lo que capturo a cada instante, un gesto.
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