lunes, 16 de abril de 2012

Cien.


Al volver del hospital después de dos mareos catastróficos por falta de abrazos, apareciste en mi puerta. Allí estabas, con una maleta pequeña y una rosa de tono pastel. "Estás loco" te dije con esa sonrisa que tanto te gusta, aquella en la que despego suavemente la boca congelando el momento cuando algo desprende mucha magia. Tú abriste el triple paréntesis. Desde ese instante, nos encerramos en tu piel y en mis sentidos. Y ya no has vuelto a irte. Somos siameses. Ya no puedo ver las yemas de mis dedos, pues mis brazos son una prolongación de los tuyos. En este cuento, titulado Tres estrellas suspensivas, hay una parte que adoro, donde escribes:
Porque eso eres tú, vida. Un Sol, una estrella gigante que busca unos pies nuevos de 0 kilómetros entre mis cajas de zapatos. 
Sol, quémalo todo y déjame aquí. Vámo(nos). Abrasa mis paredes y déjame libre, que me pongo las alas y me voy contigo.






Y yo contigo.

Fotografía: Marta Vargas.

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