lunes, 7 de noviembre de 2011

Ochenta y siete.

A pesar de las miles y miles de cosas negativas que tengo, hay una que puedo considerarla especial. Existe un mecanismo en mi mente que me permite disfrutar de los momentos buenos al máximo y grabarlos en mi memoria como escritos con fuego. Recuerdo una noche de verano de lluvia hace ya muchos años en mi portal cuando decidí que no volvería a soltarte nunca; mi primera sorpresa de cumpleaños en vuestra pequeña habitación; aquella tarde de sábado tomando un té contigo; cuando vimos las lágrimas de Eros y lo único que queríamos era hablar por fin cara a cara; aquel día en el que me salvaste con un beso de mi pequeño ataque; el secreto para mi bote sobre el hielo; la noche de feria en la que tanto te busqué y acabé en tus brazos; el concierto improvisado de Lori Meyers en mayo; cantar contigo a voz en grito Alta fidelidad y sentir que quizás sí que merecía la pena; las duchas a las tres de la mañana; aquel efímero atardecer después de una tarde perfecta; cuando diste el sí quiero; el día que me enseñaste terminada tu parte de "El frío del invierno" y lloré por lo bien que escribes; las seis de la tarde de un día de junio, aquel en el que saltamos los cuatro en tu patio viendo como nuestros pequeños grandes sueños se hacían realidad; las cervezas de los viernes con el cuarteto; cuando conseguiste irte lejos; aquella carrera que se nos ocurrió pegar bajo la lluvia el día de mi último cumpleaños; nuestras tardes en Guridi, nuestras excursiones a cualquier parte; la primera vez que me puse delante de un micrófono; la tarde de tortitas, el mensaje de la mañana después de darte tu caja especial, y también cada uno de los mensajes bonitos que me mandaste; cuando me dejaste sin palabras al decirme "quien busque el infinito, que cierre los ojos"; cuando tú me diste la clave del infinito, la noche anterior al examen de Farma; el corazón disecado en mis manos; el estrecho de Mesina; mi despedida con todos vosotros; nuestro abrazo en medio de Gran Vía; cuando te vi en el aeropuerto de Munich; nuestra pérdida en París; nuestra despedida en Amsterdam; justo la mitad del mar; todos y cada uno de los días de Reyes; cuando fui a verte al hospital y me abrazaste como sólo tú puedes hacerlo; nuestros viajes en coche; nuestra tarde en la fiesta del árbol; la niebla de las siete de la mañana del doce de diciembre de dos mil nueve; descubrir que la casualidad existe; nuestra conversación a la orilla del mar; Love of Lesbian en directo; Iglús en blanco y negro; The scientist desde la ventana; nuestro corto noviembre; cada vez que te quedas a dormir en nuestro escondite madrileño; los abrazos barceloneses más satisfactorios; nuestras pelis, nuestras cenas, nuestras meriendas de cada una de las semanas que pasamos juntas; la última conversación a las dos en mi efímera terraza; la sorpresa en mi nueva terraza.../0.
Todo eso partido de cero, porque creo que nunca podría terminar, sólo cuando llegue el día en el que se me acaben los recuerdos. Pero hasta ese día, seguiréis reconociéndoos en cada una de mis frases, en cada uno de mis momentos felices, porque al final la balanza siempre se inclina hacia un lado, y es cuestión de elección.

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