jueves, 5 de enero de 2012

Noventa y cuatro.


Queridos Reyes Magos:
Hoy es la noche más bonita del año, la ilusión se colará por las ventanas y se refugiará del frío dentro de las casas de millones de personas. Habrá niños que se camuflarán debajo de las sábanas (y pasarán mucho calor) y otros que esperarán detrás de la puerta del salón por si os ven aparecer, estoy segura de que ninguno pegará ojo en toda la noche. Esconderéis los regalos por todos los rincones o los dejareis en el sillón. Tal vez desplegareis una manta con miles de juguetes kinder y llamareis a la puerta, o quizás pasareis a la habitación en pijama de nieve con una corona y una varita. Son muchas las formas de hacer magia. ¿Y qué ha pedido la gente esta vez? Paseaba todos estos días por la calle preguntándomelo, intentando leerlo en sus caras, en sus labios. Los regalos más preciosos son los que salen directamente de la parte del cerebro que llamamos corazón. A veces os imagino entrando en casa y abrazándome, con una película de amor entre las manos, diciéndome: este año todo saldrá bien, pequeña. Os escribí una carta hace un mes, una carta que no he mandado. ¿Habréis llegado a leerla? Nunca he probado el carbón dulce, pero sí los besos dulces. Por eso no pedí nada para mí, porque ya soy demasiado afortunada. ¿Puedo contaros un secreto? Creo que he averiguado cómo hacéis de estas horas un tiempo tan feliz. La ilusión mueve las montañas, es el motor de la esperanza y del futuro. Hoy me he inventado la historia de un pequeño niño que todas las tardes del 5 de enero iba a ver la cabalgata por la ciudad. Al volver, los regalos habían invadido su casa y era la persona más feliz del mundo descubriendo cómo a todos sus familiares se les dibujaba una sonrisa en la cara. Justo hoy, el pequeño niño ha recordado cuando jugaba a indios y vaqueros con la sensación más grande que existe: el amor. Por ello, ha corrido a buscarla. Ella le esperaba con sus alas, para compartirlas y volar para siempre juntos. Ese niño necesita mucha fuerza. Y la niña también. No quiero nada para mí, sólo quiero algo para ellos, pies nuevos con 0 km y recuerdos intactos.
Gracias por regalar pedacitos de estrellas.
Os quiere, Hielo.

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